lunes, 29 de octubre de 2007

Historia de Sobremesa

Por: Chevige González M.

Yo estaba tranquilo como siempre, intentando navegar entre la fauna de inicio de universidad. El truco era una de esas formas de socialización colectiva que identifica a los orientales, la mayor parte del tiempo las mesas de los patios de la universidad estaban vacías de libros y llenas de barajas; carta por debajo vas descubriendo como se juega el truco, sin duda, un envite que nunca se termina de aprender y muy consonante con la picardía típica de la orientalidad. Un clásico pues para demostrar tus habilidades para la viveza y el encompinchamiento, un juego donde la trampa es válida, a pesar que tiene algunas pautas morales, muy pocas es seguro.
Pues allí estaba yo, baraja en mano, ligando una flor, frotando con los dedos cada carta, mirando si la tercera era oro, algún huevo frito como se le dice en la jerga truquística al as de oro, cuando ví que por el pasillo se asomaban tres lánguidas almas pegando afiches artesanales de la plancha 2, en grande, así como con orgullo de ponerlo más que con marketing político, decía en letras ariales: Juventud Comunista.


Ya eran varios días de campaña electoral estudiantil en la Universidad y apenas casi a media hora de cerrar la campaña ví los afiches de la legendaria Juventud Comunista. La flor no ligó en las cartas, perdí la partida y enseguida salté a hablar con aquellos en ese momento extraños individuos que se les ocurría iniciar su campaña para captar votos a pocos minutos de cerrar el plazo.


Casi ni los saludé, apenas les pregunté impunemente ¿cuántos son?, ¿por qué nunca están en el local?, me dijeron somos varios, yo no les creí, a las pocos minutos me di cuenta que sólo eran ellos tres, pero que importaba, eso me dio más animo para decir: yo quiero militar allí, y así me quedé, pegando afiches de papel bond por los pasillos de los cursos básicos de la universidad. Frank, Wilmer y el Chúo, eran los tres locos. Mi primera tarea en la JC comenzó a menos de un minuto de solicitar la militancia.
Ya era de noche y de regreso por todos los pasillos de la universidad me di cuenta de lo atrevida de mi decisión, las paredes estaban abarrotadas de afiches a todo color de la plancha 1 de Acción Democrática y de afiches artesanales, mejor logrados que los nuestros, de la Liga Socialista, más allá paredes completas que llamaban a votar cuatro por la Unión de Jóvenes Revolucionarios, la organización que llegó a convertirse por momentos en el mito del movimiento estudiantil de finales de los 80 y principios de los 90, los jóvenes de Bandera Roja.
Llegó el día de la elección y el resultado era el esperado, apenas 55 votos en todo el Núcleo, no me sentía arrasado, algo había comenzado. Aquel cubículo cerrado, con un azul descolorido pintado en su pared y las baldosas de un antiguo baño recordando el verdadero para el que había sido diseñada la estructura del cubículo, dejarían de estar polvorientas y desnudas, la resma de planillas con pensamientos de Salvador Allende donde constaban nuestros datos de inscripción a la militancia se tendrían que llenar, igualmente toda la izquierda había sido derrotada en el Núcleo Anzoátegui y nuestros caminos estaban allí, esperando nuestro transitar, cuatro locos, armados de buena rotulación y la mejor formación política ideológica de todos los grupos de izquierda en la universidad no podían ser tan idiotas como para no abrirse espacio.

La primera semana de militancia fue un vendaval, aprendí en horas lo que pudo haber tardado años, mas tarde, vendrían victorias, ya ser militante de la JC y pegar con orgullo sus afiches habían sido una hermosa prueba de compromiso.


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